11 de junio de 2012

CAMINAR DISFRUTANDO CAMINAR

En la esquina del andar me encontré a la libertad. Es hermosa y tiene olor a viento, sonrisa de niñez y pureza de madre. 
Tanto haber andado con candados en los pies y cortinas en la cara, hizo que mi mayor riqueza sea ella.
En un rincón de la ciudad, veinte payasos transmiten alegrías, amor y carnaval en forma de cuplé; no se olvidan de bajar línea, pero tampoco de los sueños y eso es lo que importa. En otro rincón, un abuelo comparte vida con su nieta mientras observa como la pequeña aprende a andar en bicicleta. Dos viejos compañeros se funden en un abrazo que les desempolva el traje, el trajín y la rutina. El día obra de testigo presente de la realidad de un padre que debe robar para comer; él y su familia. Otro no sabe qué día es, llora, se retuerce, respira hondo, fuma y vuelve a dibujar en la pared sucia de tanto dolor individual y colectivo: los barrotes ya son parte de él...Pero tiene visitas y, al menos por esa media hora, se siente vivo.
A mitad de cuadra del otoño apareció una escalera hasta el sol. Es larga y parece un tanto añeja. Tengo ansiedad por comenzar a subirla ya, ahora, pero tengo miedo de llegar hasta la cima. Quisiera que nunca se acabara, como los libros de Don Eduardo.
Pienso en el frío y me preocupa. El frío es azul, cruel, crudo y algunos lo sienten en los huesos. A veces no te deja pensar ni caminar disfrutando caminar. Otras veces, alivia y calma tanta hoguera en el infierno de hormigón. Y otras veces, también, endurece el corazón; y no porque sí, como si nada. Lastima y, cada tanto, vuelve; te da un latigazo y se va cantando indiferente, como si nunca te hubiera conocido.
Pero la risa siempre vuelve, siempre; como la primavera cuando florece, como la canción que alivia la embestida del animal interior, como la luz que alimenta a las pupilas en cada sol.
Dale, no importa el reloj; nunca parés el motor...